jueves, 13 de junio de 2013

Comprendiendo el libre albedrío


Desde tiempos remotos el hombre poderoso ha encontrado las maneras de controlar a otros. Hasta antes de la Revolución Industrial (hablo del Siglo XIX) las personas sólo podían dedicar sus vidas a lo que su familia hacía. Si el padre había sido herrero, también los hijos ayudaban y eventualmente se quedaban con el establecimiento, propiedad de la familia, que servía a determinados intereses. No había libertad de profesión, mucho menos libertad de expresión. No existían términos como la vocación, la orientación vocacional simplemente no tenía lugar en una sociedad tan limitada de pensamiento.

Llegó la Ilustración y luego la Revolución Industrial, aparecieron más clases sociales, el hombre comenzó a despertar. Hubo terribles y sangrientas batallas por la libertad. Aparecieron las profesiones, la universidad comenzó a ser más pública, la gente se letraba, se educaba. Estudiaba lo que quería ser. Y de pronto el modelo se vició. Tenemos hoy en día, sociedades que buscan a toda costa exprimir a los hombres y evitar que piensen, evitar que hagan lo que quieren. ¡Evitar que sean libres!

La razón principal es porque la libertad da poder. Y de pronto muchos intereses se ven trastocados.

Lejos de querer crear conciencia política y que me acusen de radical, lo que quiero dejar en evidencia es que el ser humano siempre le ha gustado controlar. Su vida, su futuro, otras personas. El hombre y la mujer buscan tener su existencia lo más controlada posible, por eso tenemos gente que no corre riesgos. Que tolera trabajos terribles, a cambio de un poco de seguridad. Robert Kiyosaki, autor de “Padre Rico, Padre Pobre” dice en su libro que la mayoría de las personas son dominadas por el miedo, y la codicia. Hay pocas excepciones a la regla.

Lo vemos en las personas más jóvenes. Muchas veces con intenciones puras, quieren dedicarse a lo que quieren: desde artistas hasta aventureros. Los niños sobre todo son los más puros. Luego entran los padres a la acción de corregir el camino del niño, en su noble tarea de orientarlo, con frecuencia lo encaminan a una profesión que no le gusta pero que a los papás si. Y a veces ni eso. Conozco muchas personas que están donde están por inercia, porque les dijeron que eso estudiaran, no puedo dejar de juntar las cejas y arrugar mi frente.

Recuerdo que de niño quería ser paleontólogo, me encantaban los dinosaurios, y quería desenterrar fósiles y huesos escondidos; luego quise ser arqueólogo, y descubrir civilizaciones perdidas. Llegó el grillete, las cadenas: en mi familia soñaban con tener un médico en la familia. Esforzado en complacer a mis padres, enfoqué mis esfuerzos a estudiar medicina y logré entrar a una prestigiosa escuela de medicina en México, sólo para darme de topes y descubrir que no era lo mío: otras personas estaban viviendo sus sueños a través de mí. Me sentí utilizado, y afortunadamente logré re-encarrilarme, estudié Psicología. Y entonces descubrí al ser humano, que hoy en día casi siempre está perdido y me toca ayudarlo a encontrarse. Desentierro la problemática del ser, y descubro la verdadera esencia de la persona. Mi verdadera vocación.

A veces sucede lo mismo con las parejas que llevan años, hasta que de pronto una parte decide separarse. O las parejas que permanecen juntas toda la vida porque uno de los dos logra controlar a la otra persona, que renuncie a sus sueños (que permanezca en el hogar cuidando a los hijos todo el tiempo), o que cumpla con sus deberes (que busque el sueldo más remunerado sin importar su felicidad), entre otras limitantes. Nos cuesta aceptar el libre albedrío.

La realidad es que si tienes pareja te puede dejar un día de estos, incluso si es tu marido, o esposa. Tu jefe te puede despedir el día que le plazca a él/ella o a la empresa. Tus amigos pueden dejar de buscarte. Tus socios pueden convenir en que no les sirves más, y abandonarte. Y tú, puedes elegir quejarte y hacerte la víctima, pensando que la vida es injusta por no convenir a tus intereses, y ver siempre a otras personas que les va súper en sus vidas. O puedes comprender que existe el libre albedrío entre las personas, que cada uno de nosotros tiene el poder de elegir y tomar decisiones, y así aceptar lo que nos sucede, desapegarnos de nuestros planes, y actuar para seguir adelante con nuevas metas que alcanzar.

Cuando somos rígidos de pensamiento nos cuesta aceptar el concepto de libertad en otros. Procuramos nuestra libertad a costa de otros, sin embargo se vuelve nuestra propia prisión pues para controlar a otros necesitamos supervisarlos, mantenerlos a raya. Y acaba con nuestra libertad. La paradoja andando.

Entender el libre albedrío nos hace comprender la esencia de la vida humana en sí, nos da razones por las que luchar, nos ayuda a mantenernos dinámicos (un día puede ser excelente, y el día siguiente nefasto sin previo aviso). Nos mantiene vivos y activos, si pensamos en positivo (¡por eso es importante pensar en positivo!).


Entender el concepto del libre albedrío, paradójicamente, nos vuelve más libres. Comprender que el enemigo número uno de la libertad del ser humano es el apego total, ya sea a otras personas, o a nuestras posesiones y bienes, inclusive a nuestras creencias más profundas, nos desarrolla, nos hace ligeros de carga. Y si bien tampoco es decir que debes ir a la deriva, sin planes y sin objetivos en la vida, si quiere decir que debemos fluir a través de ella, aprovechar las oportunidades que nos da, tomar lo mejor, y utilizarlo a nuestro favor. Una creencia que tengo y que me he permitido validar es que las cosas nunca salen exactamente cómo quieres. Siempre pueden salir mucho mejor. Lo que sucede es que les ponemos caducidad y queremos que salgan bien al instante, cuando a veces es un resultado de largo alcance, de gran profundidad.

Más adelante te mostraré como abrir tu mente a estos conceptos, que hoy pudieran abrumarte. Ya verás que será más fácil de procesar después. Procuraré tu libertad mental.

Así, al servir y trascender también yo me siento libre. Es la razón por la que le dedico a esto. Que tal, ¿eh?

¡Adelante pues, a crecer juntos!

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